En los primeros compases del torneo de Morelia-Linares, Magnus Carlsen inoculó un poco de su veneno al ruso Morozevich, octavo del mundo, y se convirtió en el líder más joven que nunca ha tenido esta gran cita del calendario.
Desde Bobby Fischer, ningún jugador nacido en Occidente mostraba trazas de convertirse en un gran campeón. Carlsen lleva literalmente media vida jugando por el mundo. Parece mucho, pero sólo han sido ocho años. Hace dos se enfrentó por vez primera a Garry Kasparov. Cualquier gran maestro experimentado sentiría un cosquilleo especial, el peso de la responsabilidad, la mirada intimidatoria del ogro de Bakú. El niño participaba en Moscú en una competición de partidas rápidas (con unos pocos minutos para completar cada una) y ya había eliminado al ex campeón mundial Anatoly Karpov.
En su duelo con Kasparov, enseguida se vio que Magnus toreaba a la bestia, pero ésta, a fuerza de oficio y coraje, arrancó unas tablas. Garry ganó la segunda partida y Magnus, con sólo 14 años, demostró que no es de los que se conforman. «He jugado como un niño», fue su irónico lamento.
Carlsen tiene una memoria fotográfica. Devora libros de ajedrez y en el techo de su habitación, decorado con el dibujo de un tablero, piezas invisibles bailan ante sus ojos cada vez que se acuesta. Hace ya tiempo que defiende el primer tablero de Noruega en las competiciones internacionales. Le arrebató el puesto a su mentor, Simen Agdestein, peculiar personaje que durante años jugó unas simultáneas al alcance de muy pocos: era titular en las selecciones de fútbol y de ajedrez de su país, desmintiendo algunas teorías sobre la capacidad intelectual de los aficionados a la pelota.
Superó a su maestro
Agdestein descubrió al muchacho y se ofreció a entrenarlo, con tanta fortuna que el alumno pronto superó al maestro, quien con el libro "Wonderboy" también se convirtió en su precipitado biógrafo.
La ayuda, comprensión y fe de la familia Magnus también fue providencial. Convencidos de la capacidad del muchacho, vendieron un coche y alquilaron su vivienda durante un año para pagar los gastos que suponía recorrer mundo y torneos, todos juntos, como una "troupe" circense que, de algún modo, cada semana se jugaba la vida sobre una pista cuadrada. El chaval no necesitó más redes. Pronto llegaron los patrocinadores: primero la empresa informática noruega Computas y luego la todopoderosa Microsoft, que tiene en él a su microchip más valioso.
El 26 de abril de 2004, Magnus Carlsen se convirtió en el gran maestro de menos edad de la historia, con 13 años, cuatro meses y 26 días. También ha sido el jugador más precoz en disputar las eliminatorias para el Campeonato del Mundo de la FIDE. En mayo y junio participará con otros nueve jugadores en un torneo de Candidatos del que saldrán cuatro clasificados para el próximo Mundial, que se celebrará en México en septiembre.
Sólo una nube ensombrece su horizonte. «El mejor rasgo de mi carácter -dijo una vez- es mi capacidad para concentrarme en los pocos asuntos que despiertan mi interés». Bobby Fischer lo habría suscrito a su edad. Esperemos que sólo siga su estela por el lado bueno.
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